
¡Hola! Estoy aquí escribiendo esto porque tengo el don de la sanación. Alguien últimamente me ha dicho que soy una “bestia parda de la sanación” 😉 ¡jajajaja!. Pero sé que suena extraño, de hecho, cuando lo comento a la gente, la reacción habitual suele ser un silencio un tanto incómodo, que alguien suele romper con un comprometido “¡Oh, qué bien! ¡qué interesante!”, y suenan los grillos: cri-cri, cri-cri, cri-cri…
Pero lo cierto es que, lo que hoy escribo tan abiertamente y confiada, me provocó dudas y rechazo durante muchos años. La primera parte de mi vida fue una huida desesperada de “lo que la vida tenía para mí”, me refugié en relaciones dependientes que se volvían tóxicas, en un buen trabajo como agente de viajes que nunca llegó a llenarme, y en fiestas locas que cada vez me hacían sentir más vacío interno y externo. Esta espiral de insatisfacción me llevó, hace 23 años, al mundo del crecimiento personal. Hice terapia, estudié Psicoterapia, hice Bioenergética, Rebirthing, Tarot, pero fue el Reiki lo que más me resonó, concretamente, la imposición de manos. Finalmente, este camino de autoconocimiento acabó impulsándome a apostar por cumplir mis sueños. Dejé mi trabajo después de 12 años en él y emprendí varios grandes viajes en solitario: Australia, donde recibí formación en Quiromasaje y Shiatsu, 3 Caminos de Santiago, India y Nepal, Shasta, Gran Cañón, Hawaii…
De todos estos viajes, destacaría mi primer Camino. En él tuve dos experiencias impactantes en cuanto al dolor físico. La primera fue debida a mi poca preparación previa y unas plantillas nuevas que me hicieron pasar el primer mes de Camino sumida en el dolor. Esta experiencia de dolor intenso durante tantos días me hizo conectar con la frustración que provoca que tu mente quiera llevar un ritmo que tu cuerpo no resiste. Sentí mi lucha interna por querer seguir el paso de los demás, pero el dolor me obligaba a dejarlos marchar. Recuerdo el enfado que sentía cuando me iba a dormir pensando que esa noche me recuperaría, pero al despertar, ver que no sólo no me había recuperado, sino que había aparecido un dolor nuevo. Esto me provocaba desánimo y ganas de tirar la toalla. Fue entonces que me di cuenta de la poca importancia que le damos a “estar bien”, quiero decir, sin dolor. Lo que más se repitió en mi cabeza aquellos días fue: “Ya no recuerdo lo que es caminar sin dolor”. Acabé aquel Camino haciendo etapas de entre 40 y 47km como si llevara toda mi vida haciéndolas, fue transformador. Pero lo importante para mí de aquella vivencia fue la comprensión sobre lo que supone vivir sumido/a en el dolor físico.
La segunda experiencia que me marcó fue un encuentro en un albergue con una chica que lloraba en silencio de un intensísimo dolor en el vientre (tenía pólipos en los ovarios), llevaba horas así y nada le hacía efecto. Recordé mis cursos de Reiki y le ofrecí mis manos. A los pocos minutos, su cara había cambiado, se notaba relajada y hasta me sonreía. No me lo podía creer. Su dolor se había aliviado casi por completo y estaba agradecidísima. Al cabo de unas horas todavía la vi por el pueblo charlando y riendo con unas amigas… ¡¡no me lo podía creer!!, y sentí miedo a la responsabilidad. Había oído que mi abuela materna era curandera, pero no se dedicaba, en la familia siempre hubo miedo y rechazo hacia este tema y sentí pánico a haber traído ese don, o capacidad, o talento, o como se le quiera llamar… (vuelven a sonar los grillos: cri-cri… cri-cri… cri-cri… 😉)
Aquello fue en 2002 y desde entonces he explorado e investigado largo y tendido sobre el tema, encontrándome con muchos testimonios en los que el dolor, que llevaba mucho tiempo ahí, en pocos días o semanas ha desaparecido. Lo mejor es cuando le pregunto a alguien por cómo va su dolor de espalda, por ejemplo, y me contesta: “¿Qué dolor?”. ¡Esto es una gozada! Por desgracia, no todos los casos son así. Hay ciertas dolencias con las que no funciona o cuesta mucho, ya digo, esto es una investigación constante. En mi vida personal he acompañado a seres queridos con dolores crónicos, sé lo que sufren, sé lo que es ilusionarte por probar un tratamiento nuevo y que, en el mejor de los casos, te deje igual que estabas, y en el peor, te deje peor de lo que estabas. Y, son todas estas experiencias mías alrededor del dolor físico las que me han llevado a desear ayudar a las personas que los sufren a curarlos o aliviarlos, en la medida de lo posible, haciendo todo lo que esté “en mis manos”. 😉
